Los fuegos artificiales de Valparaíso para el Año Nuevo son una tradición que va a cumplir 70 años. No hay espectáculo de tanta expectante emoción como la que se vive en los cerros de Valparaíso, en sus callejones y miradores, mientras se escuchan las sirenas de los barcos y se aprecian las borlas luminosas y coloridas explosionar en el cielo, cruzadas por los haces de luces de los faros bailando juguetones entre medio de destellos, griteríos, descorches y humo, mucho humo.
Antiguamente, esto se acompañaba en los pasajes de petardos, cuetes chinos, guatapiques, estrellitas y voladores. Pero no para todos era fiesta, en ella se producían incendios, niños quemados y mascotas ansiosas aullando de temor en los fondos de los patios.
Pero mascotas no son las únicas que sufren con los fuegos artificiales. El ruido que provocan estos espectáculos son como dagas afiladas que horadan los tímpanos de las personas autistas, las que suelen sufrir de un fenómeno llamado hiperacusia. Esto significa que el ruido se vuelve insoportable para ellos, llevándolos a sufrir angustia, terror, descompensaciones, auto agresiones, hétero agresiones e, incluso, convulsiones. Estamos hablando de dramas dentro de las familias, no de algo anecdótico o que se pueda minimizar.
Una persona de cada 160 es autista. Este síndrome está caracterizado por una triada de síntomas que se manifiestan de manera muy particular en cada persona con autismo. Esta presencia de síntomas varía en cada autista tanto en su severidad como en sus rasgos específicos de manifestación.
La triada se compone de síntomas asociados a la interacción con las personas, al empleo del lenguaje y a la relación con las cosas. Esto último se suele denominar inflexibilidad, pues implica resistencia a los cambios de espacios, a lugares con demasiados estímulos (por una incapacidad de procesar tanta información al mismo tiempo), a variar las rutinas, entre otras.
Esta inflexibilidad también suele estar asociada a lo mencionado antes: problemas para procesar sensorialmente la información, por ejemplo, las luces brillantes o el ruido excesivo de los shows pirotécnicos.
Yo tengo la suerte de tener un hijo con autismo que no sufre por los ruidos o las luces, aunque, debo decirlo, solo un par de veces ha visto este hermoso show: él suele dormirse antes.
Además, los papás de autistas ya sabemos cómo actuar. En primer lugar, evitamos esto, ya sea durmiéndolos temprano, yéndonos a dormir lejos del show, poniéndoles audífonos, usando anticipaciones con ellos sobre lo que ocurrirá, etc.
La verdad es que la ley que prohibió los fuegos de artificio para los privados fue una gran noticia para nosotros. Eso que era común antes, en que cualquiera en cualquier momento tiraba un petardo explosivo en tus narices, en las puertas de tu hogar, se acabó, liberando el principal problema que teníamos: la sorpresa. Porque no es lo mismo saber que habrá fuegos el 31 de diciembre a las 0 horas durante 25 minutos a que te tiren un fuego en tu patio, afuera de la habitación de tu hijo o hija autista.
Podemos alejarnos, anticipar, cerrar ventanas, poner música fuerte, poner audífonos o irnos a pasar el Año Nuevo donde un familiar alejado de la costa. Tampoco pretendemos que el mundo se vuelva autista, somos nosotros los que tenemos que aprender a vivir en él. Solo pedimos algo de comprensión.
Y aquí sí voy a hacer una prevención: en Viña del Mar, donde vivo, cada cierto tiempo sí hay fuegos artificiales inesperados, sin autorización y en medio de los barrios. Allí, tal vez a los pies de una familia con un hijo o hija autista se produce ruido y luces descontroladas, con riesgo de incendio y sin la opción de anticiparlo.
Yo quisiera que ninguna persona con autismo sufra con estos sonidos estridentes causados por fuegos artificiales, pero puedo aceptar que exista un show que trae tanta alegría al pueblo porque es una vez al año, está programado y nos permite tomar medidas, como siempre lo hemos hecho para todo en nuestras vidas, como lo hacemos para ir de vacaciones, salir al supermercado, ir al médico o simplemente llevar a los niños a sus escuelas, todos eventos que no suelen ser tareas complejas para los papás que no tienen hijos autistas, pero lo que resulta inaceptable es que un grupo de delincuentes se burlen de policías, jueces, gobernantes y, más encima, causen daño a nuestros hijos. Eso sí nos prende fuego.
Marcelo Vergara Verdugo, padre de un adolescente Autista